El Socialismo del siglo XXI
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El Nuevo Proyecto Histórico (NPH) de las mayorías, comprendido como la Democracia Participativa o el Socialismo del siglo XXI, nace dentro del turbulento contexto de la primera recesión económica global desde 1945; de la guerra en Afganistán y del surgimiento del Tercer Orden Mundial (TOM).
Ninguno de los tres flagelos de la humanidad miseria, guerra y dominación es casual o obra del azar. Todos son resultados inevitables de la institucionalidad que sostiene a la civilización del capital: la economía nacional de mercado, el Estado clasista y la democracia plutocrática-formal.
El renacimiento de una praxis liberadora que avanza hacia la sociedad postcapitalista se manifiesta en múltiples rebeliones y movimientos populares que abarcan desde el Zapatismo en México, el Movimiento de los Sin Tierra (MST) en Brasil, la revolución bolivariana en Venezuela, el levantamiento indígena-popular- militar en Ecuador y el "argentinazo" del 20 de diciembre, hasta las protestas de Seattle y Génova.
Con la recesión global del capitalismo de postguerra, los sueños y mentiras de los intelectuales neoliberales sobre una "nueva economía de mercado", sin crisis recurrentes ni convulsiones sociales, han desaparecido: la gran contrarrevolución del neoliberalismo se encuentra desnuda ante los ojos de la teoría y la ira de las mayorías.
Con la recesión mundial, las consecuencias económicas del capitalismo actual para los países neocoloniales quedan aún más claras: sus economías se vuelven estructuralmente inviables y desaparecen como sujetos nacionales de la historia mundial.
El Nuevo Orden Mundial que vemos nacer es el tercer diseño estratégico que la burguesía atlántica la europea y la estadounidense ha impuesto a la sociedad global en los últimos cien años. Los atentados de septiembre han modificado la correlación de fuerzas entre esas tres tendencias evolutivas, privilegiando el desarrollo de unas sobre otras y provocando, de esta manera, un cambio cualitativo en el sistema global que amerita cualificarlo como algo sui generis, es decir, el Tercer Orden Mundial. Algunos de los rasgos más distintivos de este Tercer Orden Mundial (TOM), plasmados en los objetivos estratégicos de guerra de Washington, pueden resumirse de la siguiente manera.
Ante este panorama es fundamental que las fuerzas democratizadoras definan adecuadamente la correlación de poder que debe orientar su praxis política. Un análisis realista de esta correlación no deja dudas: a nivel mundial los sectores democráticos están coyunturalmente a la defensiva y su tarea consiste en parar los avances del proyecto Bush-Blair.
La perspectiva de los años venideros es de lucha. Incapaz de resolver los grandes problemas de la humanidad, el capitalismo en su fase actual ya sólo agudiza el hambre, la miseria, la guerra y la represión. Las mayorías y sujetos democratizadores están obligados, por lo tanto, a decidir qué estrategia van a adoptar ante la nueva agresividad y las renacientes tendencias fascistoides de la elite global. Si esta estrategia será de índole defensiva, es decir, de las más amplias alianzas democráticas posibles, para defender al Estado de derecho o si se inclina hacia una estrategia ofensiva, haciendo avanzar el socialismo del siglo XXI o, acaso una combinación de las dos, es de trascendental importancia para el futuro del sistema global y de la humanidad. En cada una de las estrategias que los pueblos escojan, sin embargo, la esencia de su praxis debe ser el Nuevo Proyecto Histórico; porque sólo la lucha por la democracia participativa, la economía de equivalencias y la justicia social pueden coordinar y guiar la infinidad de esfuerzos individuales hacia el triunfo final.
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El Nuevo Proyecto Histórico (NPH) de las mayorías, comprendido como la Democracia Participativa o el Socialismo del siglo XXI, nace dentro del turbulento contexto de la primera recesión económica global desde 1945; de la guerra en Afganistán y del surgimiento del Tercer Orden Mundial (TOM).
Ninguno de los tres flagelos de la humanidad miseria, guerra y dominación es casual o obra del azar. Todos son resultados inevitables de la institucionalidad que sostiene a la civilización del capital: la economía nacional de mercado, el Estado clasista y la democracia plutocrática-formal.
El renacimiento de una praxis liberadora que avanza hacia la sociedad postcapitalista se manifiesta en múltiples rebeliones y movimientos populares que abarcan desde el Zapatismo en México, el Movimiento de los Sin Tierra (MST) en Brasil, la revolución bolivariana en Venezuela, el levantamiento indígena-popular- militar en Ecuador y el "argentinazo" del 20 de diciembre, hasta las protestas de Seattle y Génova.
Con la recesión global del capitalismo de postguerra, los sueños y mentiras de los intelectuales neoliberales sobre una "nueva economía de mercado", sin crisis recurrentes ni convulsiones sociales, han desaparecido: la gran contrarrevolución del neoliberalismo se encuentra desnuda ante los ojos de la teoría y la ira de las mayorías.
Con la recesión mundial, las consecuencias económicas del capitalismo actual para los países neocoloniales quedan aún más claras: sus economías se vuelven estructuralmente inviables y desaparecen como sujetos nacionales de la historia mundial.
El Nuevo Orden Mundial que vemos nacer es el tercer diseño estratégico que la burguesía atlántica la europea y la estadounidense ha impuesto a la sociedad global en los últimos cien años. Los atentados de septiembre han modificado la correlación de fuerzas entre esas tres tendencias evolutivas, privilegiando el desarrollo de unas sobre otras y provocando, de esta manera, un cambio cualitativo en el sistema global que amerita cualificarlo como algo sui generis, es decir, el Tercer Orden Mundial. Algunos de los rasgos más distintivos de este Tercer Orden Mundial (TOM), plasmados en los objetivos estratégicos de guerra de Washington, pueden resumirse de la siguiente manera.
Ante este panorama es fundamental que las fuerzas democratizadoras definan adecuadamente la correlación de poder que debe orientar su praxis política. Un análisis realista de esta correlación no deja dudas: a nivel mundial los sectores democráticos están coyunturalmente a la defensiva y su tarea consiste en parar los avances del proyecto Bush-Blair.
La perspectiva de los años venideros es de lucha. Incapaz de resolver los grandes problemas de la humanidad, el capitalismo en su fase actual ya sólo agudiza el hambre, la miseria, la guerra y la represión. Las mayorías y sujetos democratizadores están obligados, por lo tanto, a decidir qué estrategia van a adoptar ante la nueva agresividad y las renacientes tendencias fascistoides de la elite global. Si esta estrategia será de índole defensiva, es decir, de las más amplias alianzas democráticas posibles, para defender al Estado de derecho o si se inclina hacia una estrategia ofensiva, haciendo avanzar el socialismo del siglo XXI o, acaso una combinación de las dos, es de trascendental importancia para el futuro del sistema global y de la humanidad. En cada una de las estrategias que los pueblos escojan, sin embargo, la esencia de su praxis debe ser el Nuevo Proyecto Histórico; porque sólo la lucha por la democracia participativa, la economía de equivalencias y la justicia social pueden coordinar y guiar la infinidad de esfuerzos individuales hacia el triunfo final.
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